Subí hasta la cumbre de mis deseos
y me volví ermitaña.
Esperaba una lluvia de estrellas
que me alumbrara tantas horas vividas
en desconcierto.
Fijaba mis pupilas en el cielo
entregando mis pensamientos fragmentados,
para que él organizara el puzle
que emergía de ese mar
de ideas enfrentadas.
En ese devenir,
al descender, pude ver las imágenes más brillantes.
Arranqué del tiempo aquellas horas
que pudieron herirme,
y volví a ver la luz en días nublados,
y como estrella fugaz, todo lo oscuro.
Amanecí con el radiante albor de las mañanas,
y el esplendor de todos los momentos del día.
15/4/11 Inés Mª Díaz Rengel